se arraigaba en el vendaval,
encaramado a la rama rota,
contemplando
la metralla del crepúsculo:
hiriente la luz del vacío,
ese que ensalza la palabra
y desnuda las bocas del mundo.
El yo
leía los silencios
en voz alta,
mientras la nieve cubría
las montañas del recuerdo
borracho. Trasnochado.
En la cumbre se oía
un leve murmullo ahogado,
una tregua floreciendo.
Y el crujir de cuerpos helados...
G. S.
Caspar David Friedrich |
supongo que crecería algo ante tanta desolación
ResponderEliminarRuido de muerte ese crujir, evitémoslo, pues aunque natural es destructivo.
ResponderEliminarBesos.
Aunque también en la cumbre quedaba el silencio llorando...
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Qué desolación! Todo el sentimiento congelado bajo tanta nieve. ¡Ahora que despunta la primavera!
ResponderEliminarUn saludo, Gema.
Son lapsos como morires y renaceres desde lo recóndito del ser.
ResponderEliminarBesos.
Quizá el crujido es un renacer...
ResponderEliminarGenial, Gema, no sé qué más puedo decir. Me ha encantado. Un abrazo.
ResponderEliminarLeer los silencios no es tarea fácil,hay que practicar mucho.Y más si es en voz alta...
ResponderEliminarEso y "la metralla del crepúsculo", me han parecido geniales,como todo el poema.
Saludos.
Una emoción glaciar que se estaciona, se adhiere, se pega a la piel, a los espacios... Pasará y traerá una tímida primavera.
ResponderEliminarUn poema maravillosamente llevado, preciosa cada metáfora.
Mil besitos, Gema.
El yo... la incognita de siempre...
ResponderEliminar¿Quien tiene la verdad?...
Mi complemento me la hará descubrir...
B y A Gema...
P.D. Aún no ha llegado...
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